Adoración de los gatos en Egipto


En Egipto, ese imperio que alzó pirámides con la precisión de su ciencia, pero creía en escarabajos mágicos, el gato no era simplemente una mascota... Era una criatura divina.

Un dios doméstico con zarpas suaves y mirada juzgona. Milenios antes de que internet los convirtiera en reyes de los memes y Youtube, los gatos ya gobernaban algo más serio: el alma de una civilización entera.

Gatos en Egipto

Ya en el 1950 a. C., durante el Imperio Medio, estos felinos aparecían en pinturas funerarias como cazadores celestiales, persiguiendo aves o espantando el caos con un simple maullido. 

Pero su verdadero ascenso ocurrió siglos después, en el Imperio Nuevo (c. 1550-1070 a. C.), cuando comenzaron a ser momificados con más esmero que algunos nobles. Enterrados con honores, ataviados con amuletos, y retratados junto a dioses. Porque, en Egipto, la línea entre lo divino y lo peludo era tenue.

El culto más célebre giraba en torno a Bastet. Primero fue leona feroz —una diosa con garras y carácter de esfinge mal dormida—, pero con los siglos fue domesticándose, como si el poder también pudiera ronronear.

Bastet

Para la Dinastía XXII (c. 945-715 a. C.), Bastet ya tenía forma de gata de salón: protectora del hogar, de las mujeres y de la fertilidad. En su templo de Bubastis, descrito con asombro por Heródoto en el siglo V a. C., se celebraban festivales multitudinarios donde el vino corría más que el Nilo y la devoción felina alcanzaba niveles de éxtasis colectivo.

Matar a un gato —aunque sea por accidente— era una ofensa imperdonable. El historiador griego Diodoro Sículo relata que el pueblo egipcio, tan jerárquico en casi todo, olvidaba de pronto clases sociales y títulos si alguien osaba dañar a un gato: el linchamiento era inmediato.

 Porque, para ellos, estos animales no solo espantaban ratones y serpientes, sino también demonios. Su mera presencia purificaba. Eran como lámparas mágicas peludas que ahuyentaban lo malo en la oscuridad, y en el presente lo siguen haciendo aunque muchos lo ignoren.

Gato egipcio

No es casual que los arqueólogos hayan hallado verdaderas necrópolis felinas. En Saqqara, por ejemplo, se descubrieron más de 180.000 gatos momificados del Período Ptolemaico (c. 332-30 a. C.). Algunos incluso dentro de sus propios sarcófagos y portando collares de oro.

Momias de gatos egipcios

Sarcófago de gato egipcio

Y, sin embargo, lo más fascinante no está en los textos antiguos ni en las vitrinas de los museos. Está en los gatos de carne y hueso que aún deambulan por Luxor, Karnak o Saqqara. 

Nadie los entrena, nadie los guía, pero allí están, dormitando entre columnas derruidas o atravesando templos con la misma indiferencia majestuosa que sus ancestros. Como si recordaran algo que nosotros hemos olvidado. Como si el alma de Bastet aún caminara entre las piedras calientes del desierto.

Porque en Egipto, donde hasta el polvo parece tener memoria, la historia no se cuenta: se encarna. Y, a veces, tiene ojos amarillos y un andar sigiloso.

Si le gustó este artículo, al pie puede compartirlo en sus redes sociales. ¡Muchas gracias!