El Árbol de la Vida


El Árbol de la Vida: un símbolo que echó raíces en todos nosotros.

Hubo una vez, y sigue habiendo, un árbol que no da sombra, pero ilumina; que no crece en tierra fértil, sino en la imaginación de los pueblos. Lo llaman Árbol de la Vida, y aparece con una insistencia casi obstinada desde el mismísimo Génesis, y en las más antiguas culturas del mundo, desde las riberas del Tigris hasta los bosques celtas, desde las pirámides egipcias hasta los misterios cabalísticos.

árbol de la vida

Curioso que, en lugar de extinguirse con los siglos como tantas especies botánicas, este árbol mítico se ha multiplicado como hiedra en ruinas: en leyendas, en arte, en teología, en sellos de barro cocido y visiones místicas. Si algo ha demostrado es que la humanidad puede olvidar dioses, imperios y hasta contraseñas… pero no olvida este árbol.


El Edén: donde la vida y el conocimiento no cabían en el mismo bocado

Según el Génesis, Dios plantó dos árboles excepcionales en el Edén: uno daba inmortalidad (el Árbol de la Vida), el otro conciencia moral (el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal). 

Adán y Eva, engañados por la serpiente, comieron del segundo. El primero quedó sin catar. Resultado: ¡afuera del paraíso!, ahora son mortales, bienvenidos al mundo de los seguros médicos y las crisis existenciales.

La lección no fue menor: elegir el conocimiento sobre la eternidad es, quizás, el primer acto genuinamente humano. Irónico, por cierto, que el castigo por desobedecer a Dios fuera justamente convertirse en lo que somos.

En el libro del Éxodo (Éxodo 25:31–40), Dios ordena a Moisés construir la menorá con forma de árbol, con ramas, cálices en forma de flor de almendro, manzanas y flores, lo cual refuerza la imagen de un árbol sagrado.

De la Menorá a la Cábala: luces que florecen como ramas.

Menorá

El judaísmo recogió la metáfora del árbol y la transformó en geometría sagrada. La menorá, ese candelabro de siete brazos que parece más botánico que doméstico, encarna en su diseño la imagen de un árbol floreciendo luz. No es casual: en la Cábala, el Etz Jaim (Árbol de la Vida) organiza la estructura del universo con siete sefirot que son al mismo tiempo atributos divinos y senderos de ascenso espiritual.

La menorá sería, en este sentido, una lámpara que ilumina tanto como guía. A un lado, las ramas de la severidad; al otro, las de la misericordia. En el centro, el equilibrio: un misticismo arborícola que da sombra metafísica a toda la tradición rabínica.

De Babilonia a los druidas: el árbol como pasaporte cultural.

Ningún símbolo se esparce tanto sin ayuda. El Árbol de la Vida fue una suerte de visa ancestral compartida por civilizaciones que ni siquiera sabían que las otras existían. 

En Mesopotamia, ya desde el período Uruk (ca. 3000 a.C.), se estilizó en sellos cilíndricos sumerios.

Los sumerios y el árbol de la vida

En el Valle del Indo (2600–1900 a.C.), árboles y rituales se fundían en sellos tallados; mientras que en Anatolia (2000–1200 a.C.) los hititas esculpieron el árbol sagrado en piedra, como si temieran que el tiempo lo derribara. El “Árbol Sagrado” aparece profusamente en escenas religiosas, en los relieves de Yazılıkaya y otros santuarios hititas.

Hititas

En Egipto, desde el Imperio Antiguo (ca. 2500 a.C.), brotó en forma de Árbol de Persea, también nombrado como Árbol Sagrado de Ished, cuyos frutos otorgaban renovación a los muertos, y eran ofrecidos a los Faraones por la Diosa Nut... como si la vida eterna tuviera sabor a almendra.

Árbol Sagrado en el Antiguo Egipto


Difusión del Árbol de la Vida por el Mundo.

Y llegamos a las migraciones de la raza humana, por las cuales aquellas representaciones e interpretaciones religiosas y filosóficas de culturas muy antiguas, luego dieron origen a todos los demás árboles de la vida presentes en culturas y artes posteriores a lo largo de las regiones mediterráneas, nórdicas y asiáticas. 

Entre ellos están los celtas, que sin escribir ni un solo tratado dejaron claro que para ellos los árboles eran algo más que madera. 

Los Druidas del pueblo Celta


Los druidas, esos sabios celtas entre el misticismo y el silvestrismo, veneraban al Árbol de la Vida como puente entre mundos. No tenían Biblia, pero tenían bosques. Y en ellos, cada árbol era un templo y cada raíz, una historia.

árbol de la vida celta


Los Celtas eran numerosos pueblos que compartían lenguas, costumbres y elementos culturales similares, aunque no constituían un imperio centralizado. A lo largo de la Edad del Hierro (aproximadamente desde el 1200 a.C. hasta la conquista romana), los celtas se expandieron por gran parte de Europa, los Balcanes y Asia Menor.

árbol celta de la vida en Irlanda

grabados celtas del árbol de la vida en objetos hallados en Escocia


Desde Europa Central (corazón del mundo celta - cultura de La Tène y Hallstatt), se expandieron hacia:

El oeste: Islas Británicas, Galia (hoy Francia), Península Ibérica (España y Portugal).

El este: Balcanes, Tracia, Asia Menor.

El sur: Norte de Italia y brevemente Roma (cuando fue saqueada por galos senones en el Siglo IV a.C.).

El árbol de Navidad: de dioses paganos a escaparates cristianos.

Cada diciembre, millones de hogares encienden luces, cuelgan esferas brillantes y rodean un árbol con regalos. El gesto parece inofensivo, casi infantil, pero detrás del dulce espectáculo navideño hay una historia densa, contradictoria y deliciosamente simbólica. El árbol de Navidad, ese icono verde que hoy vemos adornado en centros comerciales y nuestras casas cada Diciembre, no nació entre villancicos ni sermones… sino entre dioses de la fertilidad, noches paganas y una urgencia ancestral por espantar la oscuridad.

Árbol de Navidad


Un culto de raíces profundas (literalmente).

Antes de que los cristianos reclamásemos el copyright del árbol, ya los pueblos germánicos y celtas lo veneraban con fervor (y mucho antes los babilónicos, egipcios e indos). Los árboles perennes (pinos, abetos, cipreses) eran vistos como testigos incorruptibles del ciclo de la vida.

Mientras el resto del bosque caía en el letargo del invierno, ellos seguían ahí, verdes y obstinados, como si supieran algo que los humanos olvidamos cada año: que la muerte también es una pausa, no un final.

Durante el solsticio de invierno, cuando la noche se alarga hasta el descaro, estas culturas celebraban la persistencia de la vida decorando árboles o llevando ramas a casa. No era decoración: era magia, ritual, resistencia. 

La fiesta de Yule, celebrada al norte de Europa, combinaba fuego, ramas verdes y cantos. Un conjuro colectivo para invocar el regreso del Sol, esa estrella casi ausente en esos meses que, paradójicamente, define toda la vida en la Tierra.

Cuando el cristianismo desempolvó las ramas.

Pero llegó el cristianismo, con su hábito insaciable de reconvertir paganos. "Si no puedes destruir la fiesta, adóptala". Y así, hacia el siglo XVI, el antes pagano "Árbol de la Vida" fue bautizado con agua bendita. En Alemania, comenzó a vestirse con manzanas (símbolo del pecado original) y velas (la luz de Cristo). Se dice que Martín Lutero fue el primero en poner velas en un árbol para imitar el cielo estrellado.

El árbol se fue adaptando a su nuevo rol de símbolo cristiano. Pasó por Francia, se instaló en Inglaterra gracias al príncipe Alberto (el esposo de la reina Victoria), y de ahí saltó el Atlántico para convertirse en estrella comercial. Lo que antes era un amuleto contra el invierno, ahora se exhibía en salones burgueses y anuncios de Coca-Cola.

Pero para los que somos de fe cristiana, el papel que juega el árbol de Navidad en nuestros hogares es secundario y decorativo... Más importante es el Pesebre de Belén con la Sagrada Familia, o un rezo el 24 de Diciembre a la medianoche en la Misa de Gallo esperando la llegada del Niño Jesús.

Del mito al bronce: Andrea Roggi y su árbol eterno.

Pero no todo quedó en lo ornamental y comercial. En tiempos más recientes, el escultor toscano Andrea Roggi se propuso recuperar la profundidad simbólica del Árbol de la Vida. 

Andrea Roggi - Escultor italiano.


Nacido en 1962 en Castiglion Fiorentino, donde los cipreses parecen custodiar los secretos del paisaje, Roggi moldea el bronce como si tallara el tiempo. Sus árboles no son botánicos: son puentes entre lo humano y lo eterno.

En sus esculturas, raíces y cuerpos se entrelazan como si compartieran ADN. El tronco se convierte en espina dorsal, las ramas en brazos abiertos hacia el infinito. Cuando entre las ramas hay un hombre y una mujer, se abrazan alabando la Fertilidad.

Una pareja en el Árbol de la Vida


Roggi no ilustra: evoca. Y su árbol no decora, sino que recuerda. Nos recuerda que estamos hechos de tierra y deseo, de barro y misterio, de savia y preguntas.

Sus obras se han desplegado en diversas ciudades como semillas de una visión poética: Florencia, Cortona, Siena, Matera, Niza, Nueva York, Madrid, y vaya a saber cuantas más. En cada lugar, el mismo símbolo pero distinto latido. Me tocó ver tres de ellas:

Cortona: entre cielo y olivo.

El Árbol de la Vida en Cortona

En la Piazza del Duomo de Cortona, con vistas al valle que separa Toscana de Umbría, un árbol de bronce se alza como una oración sin palabras. De él emerge una figura femenina, vertical y contenida, que une raíces terrenales con un cielo siempre inalcanzable. La mujer no es adorno, es médium. Nos recuerda que somos criaturas bipolares: aspiramos al cielo, pero tropezamos con piedras.

El Árbol de la Vida en Cortona


Niza: amor sin condiciones.

El Árbol de la Vida en Niza


En la Place Charles-Félix de Niza, Roggi instaló su obra como parte de la exposición “Agapé | L’Amour qui change le Monde”. (Agapé; el Amor que cambia el Mundo). Agapé es ese amor sin contrato, el que no exige reciprocidad. Un amor que, dicen los cristianos, es el de Dios.

El Árbol de la Vida en Niza


Florencia: entre cenizas y renacimiento.

El Árbol de la Vida en Florencia


En Florencia, el árbol se convierte en monumento. Tras la masacre mafiosa de Georgofili en 1993, Roggi plantó su obra como quien siembra memoria en terreno estéril. Está allí, en la vía del atentado, y también en el claustro de la Basílica de San Lorenzo. Un árbol de vida donde otros quisieron imponer la muerte. ¿Venganza? No. Algo más audaz: paz y belleza como resistencia.

El Árbol de la Vida en Florencia

El Árbol de la Vida en Florencia

Video:


El símbolo que no muere (porque no vive: trasciende).

Hoy lo vemos tatuado en pieles, bordado en telas, grabado en colgantes de turistas espirituales. ¿Por qué sigue vigente? Quizás porque el Árbol de la Vida no representa una religión, sino un anhelo universal: conectar lo que está arriba con lo que está abajo; lo visible con lo invisible; lo efímero con lo eterno.

En un mundo que se seca de sentido, no es extraño que tantos quieran volver al árbol. No al del jardín perdido, sino al que llevamos dentro. Uno que no da fruto, pero sí preguntas.

¿Qué raíces nos sostienen? ¿Qué ramas queremos extender? ¿De qué árbol hemos decidido colgarnos para no caer en el vacío?

REFLEXIÓN FINAL:

"No me llamen sabio a menos que llamen sabios a todos los hombres. Soy un fruto joven, aún aferrado a la rama, y ​​fue ayer cuando era una flor. Y no llamen a ninguno de ustedes necio, pues no somos ni sabios ni necios. Somos hojas verdes del árbol de la vida, y sin duda la vida misma está más allá de la sabiduría y de la necedad."

- Kahlil Gibran,  El jardín del profeta -

Créditos:

- Todas las esculturas mostradas fueron creadas por Andrea Roggi, y su imagen junto a la de su escultura adentro del claustro de la basílica di San Lorenzo fue tomada de su sitio web. https://www.andrearoggi.it/the_tree_of_life.html

- El resto de las imágenes, el video y el texto de este artículo, son de mi propiedad. Daniel Mauricio Bergés.